LAS INFIDELIDADES

 

 

Las infidelidades son un fenómeno complejo, pues hay tantas como casi personas las cometen. Se estima que el 32,7% de las personas han sido infieles en algún momento de su vida, siendo mucho más frecuentes los hombres que las mujeres

Es interesante entender los por qué de un fenómeno, que como normalmente condenamos o repudiamos por su carácter lesivo y poco honesto, como todo juicio, nos impide un análisis curioso y sin prejuicios a la hora de entender sus causas.

 

Hay distintas variables que podríamos analizar. Por un lado, podríamos diferenciar entre las personas que tienen una infidelidad aislada, frente a los que son recurrentes. No es insospechado pensar que en los primeros podemos encontrar factores más asociados a atravesar un mal momento en su pareja, enamorarse de alguien o sentir una atracción especialmente fuerte, o al efecto de elementos externos como el consumo de alcohol o drogas.

 

Con todo, según estudios, cuando se les pregunta a los infieles, casi el 22% asegura que fue por salir de la rutina, otro 18,6% las atribuye a la búsqueda de nuevas experiencias; el 17,3% meramente al interés sexual, un 13,7% al exceso de alcohol u otras sustancias, y el 21,2% restante a otras causas.

Pero claro, que estas sean las causas que atribuyen los infieles, no quieren decir que las sean. Las personas infieles, especialmente las reiterativas, pueden serlo porque a través de la infidelidad manejan asuntos psicológicos y necesidades emocionales y, que, por tanto, la relación fuera de la pareja no es un fin en sí mismo, sino el medio de obtener otro tipo de sensaciones a nivel psicológico.

En mi experiencia clínica, casi siempre he visto en consulta más a las personas que utilizaban la infidelidad para otras cuestiones que a quienes buscaban la infidelidad pura, es decir la relación sexual en sí misma, algo que normalmente cuando se da, suele ser más puntual.

La búsqueda de un escape en una relación (e incluso una vida) donde se sienten anulados, buscar validación, cariño o afecto, permitirse mostrarse al otro cuando no se atreven a hacerlos con personas que forman parte de su vida cotidiana, buscar poder y control a través del juego de la seducción con el que compensar su miedo a la vulnerabilidad o como mecanismo compensatorio en personas que viven siempre mirando las necesidades del otro o hipercontrolado distintos aspectos de su vida en un ajuste de parte de nosotros (egoísmo-altruismo y control-descontrol en los ejemplos citados) o reprimir emociones con “el subidón” de la infidelidad.

Otras veces aparecen motivaciones como hacer daño al otro a través de la infidelidad o incluso una creencia presente en algunas personas de que la infidelidad ayuda a valorar más la relación y que sirve como factor de mantenimiento de la misma…

Con todo, entiendo que lo que oigo en consulta, por mucho que se repita a lo largo de los años, no tiene por qué ser representativo ni extrapolable a toda la población y es que, probablemente, quienes no se sienten incómodos realizándolas, no suelen acudir a consulta.

Es un tema del que se ha escrito mucho, eso sí, rara vez intentando entenderlas más allá de condenarlas, y si bien con esto no quiero justificar a nadie , pero creo que cada uno tiene su sistema de valores y está bien que sea diferente al mío si a esa persona le ayuda, creo que, por desgracia, pocas veces se analizan bien sus por qué más allá de condenarlo o simplemente psicopatologizarlo.

¿Somos infieles por naturaleza?

¿Hasta qué punto estamos hechos para permanecer en parejas monógamas?

Hasta hace 200 años, las parejas generalmente se casaban por una cuestión de parentesco o para transmitir sus tierras o propiedades. Esta monogamia era necesaria para asegurar que ningún individuo hiciera trampas y se saliera de la línea familiar impuesta, y para que las propiedades permanecieran dentro del linaje masculino

No obstante, las relaciones extramatrimoniales y las infidelidades han formado parte de la historia del ser humano siempre, al margen de la cultura y la sociedad del momento. Y hoy en día parece que las tasas de infidelidad entre parejas se han disparado y nos preguntamos: ¿Esto ocurre por una cuestión cultural o somos infieles por naturaleza?

Hoy, las relaciones de pareja se establecen no solo para compartir propiedades, sino también por amor y deseo.

La esperanza para las parejas casadas es que ese amor perdure hasta la muerte, aunque la realidad es que para más de la mitad de ellas éste se marchita mucho antes de la muerte o incluso de la vejez. Algunos se vuelven a casar y eligen la monogamia, creando un compromiso con otro cónyuge, aunque las estadísticas nos dicen que los segundos matrimonios duran solo un tercio del tiempo, y los terceros son aún menos exitosos.

Las tasas de infidelidad en nuestra cultura no han cambiado mucho. Aunque los estudios varían en sus resultados, demuestran que casi el 60 % de los hombres y más del 45% de las mujeres engañarán en algún momento a su pareja. De hecho, los asuntos relacionados con las infidelidades y el engaño en el matrimonio afectan a casi una de cada tres parejas.

 

¿Por qué somos infieles?

Con todo, los estudios varían sobre por qué se producen las infidelidades. Algunos datos apuntan a que es un efecto de la dopamina; este neurotransmisor se liberaría al engañar a nuestra pareja y al esconder que estamos teniendo otra relación. Otros estudios apuntan a que es una cuestión de oportunidad: esto es, cuando se nos presenta la ocasión no dudamos. Pero parece haber tantas razones para ser infieles como personas hay en este mundo.

La realidad es que no hay estudios que realmente prueben que los seres humanos, como mamíferos que somos, somos monógamos por naturaleza. Basta echar un vistazo a nuestra historia como primates para justificar nuestro comportamiento. ¿Tenemos la capacidad de aparearnos con personas fuera de nuestra relación principal porque en el fondo somos solo animales? Es probable. ¿Tenemos la capacidad de tomar decisiones de este tipo porque nuestros cerebros han evolucionado desde que vivíamos en cuevas? Es posible también.

 

Entonces, ¿somos infieles por naturaleza o no?

 

Vivimos en una cultura donde casi el 50% de las parejas se divorcian. Muchos de estos matrimonios, quizás hasta un tercio, terminan debido a una infidelidad. ¿Significa esto que, como sociedad, no estamos comprometidos con la monogamia?

 

Algunas personas suponen que la infidelidad es un síntoma de algún problema fundamental en un matrimonio o una relación comprometida, ignorando el dilema más importante de si la monogamia es incluso posible para la persona promedio. Parece además que tampoco somos muy buenos para elegir a nuestros amantes, y es que solo el 10% de este tipo de relaciones duran incluso un mes; y el resto dura, como máximo, un año o dos. Muy pocos asuntos extramaritales duran más de tres o cuatro años.

 

Quizás, como respuesta a la constante tasa de divorcios, hoy tenemos una nueva generación de matrimonios abiertos, y lo que se define como poliamor, donde las parejas eligen definir su propias formas estructurales de nueva monogamia. Algunas parejas están eligiendo lo que tradicionalmente se denomina una “relación abierta”, donde la fidelidad sexual no es lo que mantiene la relación monógama, sino que es la conexión emocional la que define el concepto de monogamia.

 

En resumen, puede que a día de hoy no tengamos una respuesta clara a la pregunta de si somos infieles o no por naturaleza; sin embargo, se están generando nuevas preguntas que afectan a la cuestión de cómo entendemos actualmente el concepto de monogamia que pueden enriquecer nuestro punto de vista sobre qué significa para nosotros una relación de pareja y qué podemos hacer para ser más felices en nuestras relaciones en general.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es interesante entender los por qué de un fenómeno, que como normalmente condenamos o repudiamos por su carácter lesivo y poco honesto, como todo juicio, nos impide un análisis curioso y sin prejuicios a la hora de entender sus causas.

Hay distintas variables que podríamos analizar. Por un lado, podríamos diferenciar entre las personas que tienen una infidelidad aislada, frente a los que son recurrentes. No es insospechado pensar que en los primeros podemos encontrar factores más asociados a atravesar un mal momento en su pareja, enamorarse de alguien o sentir una atracción especialmente fuerte, o al efecto de elementos externos como el consumo de alcohol o drogas.

Con todo, según estudios, cuando se les pregunta a los infieles, casi el 22% asegura que fue por salir de la rutina, otro 18,6% las atribuye a la búsqueda de nuevas experiencias; el 17,3% meramente al interés sexual, un 13,7% al exceso de alcohol u otras sustancias, y el 21,2% restante a otras causas.
Pero claro, que estas sean las causas que atribuyen los infieles, no quieren decir que las sean. Las personas infieles, especialmente las reiterativas, pueden serlo porque a través de la infidelidad manejan asuntos psicológicos y necesidades emocionales y, que, por tanto, la relación fuera de la pareja no es un fin en sí mismo, sino el medio de obtener otro tipo de sensaciones a nivel psicológico.
En mi experiencia clínica, casi siempre he visto en consulta más a las personas que utilizaban la infidelidad para otras cuestiones que a quienes buscaban la infidelidad pura, es decir la relación sexual en sí misma, algo que normalmente cuando se da, suele ser más puntual.
La búsqueda de un escape en una relación (e incluso una vida) donde se sienten anulados, buscar validación, cariño o afecto, permitirse mostrarse al otro cuando no se atreven a hacerlos con personas que forman parte de su vida cotidiana, buscar poder y control a través del juego de la seducción con el que compensar su miedo a la vulnerabilidad o como mecanismo compensatorio en personas que viven siempre mirando las necesidades del otro o hipercontrolado distintos aspectos de su vida en un ajuste de parte de nosotros (egoísmo-altruismo y control-descontrol en los ejemplos citados) o reprimir emociones con “el subidón” de la infidelidad.
Otras veces aparecen motivaciones como hacer daño al otro a través de la infidelidad o incluso una creencia presente en algunas personas de que la infidelidad ayuda a valorar más la relación y que sirve como factor de mantenimiento de la misma…
Con todo, entiendo que lo que oigo en consulta, por mucho que se repita a lo largo de los años, no tiene por qué ser representativo ni extrapolable a toda la población y es que, probablemente, quienes no se sienten incómodos realizándolas, no suelen acudir a consulta.
Es un tema del que se ha escrito mucho, eso sí, rara vez intentando entenderlas más allá de condenarlas, y si bien con esto no quiero justificar a nadie , pero creo que cada uno tiene su sistema de valores y está bien que sea diferente al mío si a esa persona le ayuda, creo que, por desgracia, pocas veces se analizan bien sus por qué más allá de condenarlo o simplemente psicopatologizarlo.
¿Somos infieles por naturaleza?
¿Hasta qué punto estamos hechos para permanecer en parejas monógamas?
Hasta hace 200 años, las parejas generalmente se casaban por una cuestión de parentesco o para transmitir sus tierras o propiedades. Esta monogamia era necesaria para asegurar que ningún individuo hiciera trampas y se saliera de la línea familiar impuesta, y para que las propiedades permanecieran dentro del linaje masculino
No obstante, las relaciones extramatrimoniales y las infidelidades han formado parte de la historia del ser humano siempre, al margen de la cultura y la sociedad del momento. Y hoy en día parece que las tasas de infidelidad entre parejas se han disparado y nos preguntamos: ¿Esto ocurre por una cuestión cultural o somos infieles por naturaleza?
Hoy, las relaciones de pareja se establecen no solo para compartir propiedades, sino también por amor y deseo.
La esperanza para las parejas casadas es que ese amor perdure hasta la muerte, aunque la realidad es que para más de la mitad de ellas éste se marchita mucho antes de la muerte o incluso de la vejez. Algunos se vuelven a casar y eligen la monogamia, creando un compromiso con otro cónyuge, aunque las estadísticas nos dicen que los segundos matrimonios duran solo un tercio del tiempo, y los terceros son aún menos exitosos.
Las tasas de infidelidad en nuestra cultura no han cambiado mucho. Aunque los estudios varían en sus resultados, demuestran que casi el 60 % de los hombres y más del 45% de las mujeres engañarán en algún momento a su pareja. De hecho, los asuntos relacionados con las infidelidades y el engaño en el matrimonio afectan a casi una de cada tres parejas.

¿Por qué somos infieles?
Con todo, los estudios varían sobre por qué se producen las infidelidades. Algunos datos apuntan a que es un efecto de la dopamina; este neurotransmisor se liberaría al engañar a nuestra pareja y al esconder que estamos teniendo otra relación. Otros estudios apuntan a que es una cuestión de oportunidad: esto es, cuando se nos presenta la ocasión no dudamos. Pero parece haber tantas razones para ser infieles como personas hay en este mundo.
La realidad es que no hay estudios que realmente prueben que los seres humanos, como mamíferos que somos, somos monógamos por naturaleza. Basta echar un vistazo a nuestra historia como primates para justificar nuestro comportamiento. ¿Tenemos la capacidad de aparearnos con personas fuera de nuestra relación principal porque en el fondo somos solo animales? Es probable. ¿Tenemos la capacidad de tomar decisiones de este tipo porque nuestros cerebros han evolucionado desde que vivíamos en cuevas? Es posible también.

Entonces, ¿somos infieles por naturaleza o no?

Vivimos en una cultura donde casi el 50% de las parejas se divorcian. Muchos de estos matrimonios, quizás hasta un tercio, terminan debido a una infidelidad. ¿Significa esto que, como sociedad, no estamos comprometidos con la monogamia?

Algunas personas suponen que la infidelidad es un síntoma de algún problema fundamental en un matrimonio o una relación comprometida, ignorando el dilema más importante de si la monogamia es incluso posible para la persona promedio. Parece además que tampoco somos muy buenos para elegir a nuestros amantes, y es que solo el 10% de este tipo de relaciones duran incluso un mes; y el resto dura, como máximo, un año o dos. Muy pocos asuntos extramaritales duran más de tres o cuatro años.

Quizás, como respuesta a la constante tasa de divorcios, hoy tenemos una nueva generación de matrimonios abiertos, y lo que se define como poliamor, donde las parejas eligen definir su propias formas estructurales de nueva monogamia. Algunas parejas están eligiendo lo que tradicionalmente se denomina una “relación abierta”, donde la fidelidad sexual no es lo que mantiene la relación monógama, sino que es la conexión emocional la que define el concepto de monogamia.

En resumen, puede que a día de hoy no tengamos una respuesta clara a la pregunta de si somos infieles o no por naturaleza; sin embargo, se están generando nuevas preguntas que afectan a la cuestión de cómo entendemos actualmente el concepto de monogamia que pueden enriquecer nuestro punto de vista sobre qué significa para nosotros una relación de pareja y qué podemos hacer para ser más felices en nuestras relaciones en general.

 

 

 

 

 

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